
Hora final llegan los comensales.
Hay cierta nostalgia en los globos plateados y violetas,
en la Finca Los Álamos hay humo de felicidad.
La certera mano del padrino cuando firma el libro
del Registro Civil
y el Juez de Paz inicia el ritual al mediodía.
Entallado en un traje negro bajo la almidonada
camisa blanca que se ajusta a esa corbata
jaspeada y líneas blancas.
Después los gatos vecinos cruzan la tapia
bajo la elástica huella de la tarde
en cuya escenografía un gaucho de la zona
de Agua Negra ensaya un gracioso paso
al ritmo de Chamamè
justo debajo de las figuras de los novios
que se besan a la tenaz resistencia
de esa lluvia de arroz.
Entonces se oye el murmullo hasta que comienza
el vals de los novios en el galanteo
febril de las comadres que exasperan las miradas
con vestidos coloridos
que se menean al costado de la mesa.
Ahora unas gotas de sudor corren
por la nacarada ropa interior que le ajusta los pechos
que empiezan a sentir el deseo en cada roce
de los hombres que bailan al furor de las
luces sicodélicas.
Oh el oro prístino de las sortijas
que lucen en el anular los recién casados.
Oh la sortija de fuego que empieza arder
en la mollera del ángel concebido.
A pura dulzura entre el hálito de sus
labios mordidos
en señal de complicidad ellos se abrazan.
Oh la sortija que empieza ajustar
bajo las ingles con el flujo del deseo,
las maracas que oscilan al ritmo
del tambor de la sangre
cuando te musita palabras lascivas
y te sonrojas apretando tus muslos.
Mírate una vez más en el espejo ovalado
del hall con esa música romántica
que vuelve a desatar tus caderas
al compás del Merengue.
Y rara vez pudiste olvidar ese torso
en donde descansabas aquella noche
que te confesó que te amaba
justo ahora que se descorchan
vinos espumantes y se rompen copas
de felicidad.
Allí están los familiares, los parientes lejanos,
los amigos, los apenas conocidos
y los que llegan sin saber en qué lugar
el amor hace su guarida.
También está ella: la mujer maldita,
la que nunca sabrás cuando te entrega
los retazos de su corazón despechado.
Ella no celebra, observa el vaivén
de tu emblemática figura
y tu madre que arroja sopa de letras,
junta palabras para los días que vendrán.
Todo está dicho. Alguien cree ver un arco iris
salido de los suspiros de la abuela Carlota.
Tu duelen los zapatos con pulsera,
igual bailas esperando el rito de las ligas;
será Lucía, Josefina, Claudia, Esthela, Paula,
Virginia o la más jóvenes Ximena o Anahì Lee
quien se lleve la liga de la dicha?
Nunca lo confesaste todavía
pero te duele el moretón del ayer
cuando tropezaste con la alfombra
que te regalara ese admirador anónimo.
En un abrir y cerrar de ojos encuentras
ese episodio, esa cita clandestina
que no fuiste nunca porque te mordió
el sueño una tarde en la reposera del jardín.
Quisiste saber del indómito,
el desconocido que te enviaba flores
y regalos que te gustaban.
Tu amor es falso.
Esa carta nunca la leerás.
Esta noche se irá al olvido
con tus últimas lágrimas.
Junto al jazmín paraguayo alguien
te llama y salpica el agua del rocío.
Allí descansa un verano que tu amigo
el fotógrafo de dijo que lo dejaras
para siempre.
Después llegó tu soledad comprando
ángeles, ropas a la moda, adornos
Inútiles, velas de colores, collares, aros
y escribiendo cartas para amores
que ya no volverán.
Oh la novia errante.
La ingrávida mujer que anhela su vestido blanco.
La doncella madura de corazón egoísta
que no pudo desatar los nudos del recuerdo.
Gustavo Rubens Agüero
(Salta, 9 de abril de 2008)
